Por: John MacArthur
Si hacer milagros está relacionado con la autoridad concedida por Dios sobre los demonios, el término “dones de sanidad” (1 Co. 12:9, 28) se refiere al poder sobrenatural sobre la enfermedad. La sanidad milagrosa se manifestó en los ministerios de Cristo (Mt. 8:16-17), de los apóstoles (Mt. 10:1), de los setenta y dos (Lc. 10:1, 9, NVI) y de algunos colaboradores (Hch. 8:5-7). El registro neotestamentario de sanidades efectuadas por estos individuos demuestra que eran inmediatas, innegables y siempre completas (cf. Mt. 8:2- 3; 9:1-8; 20:29-34; 21:14; Mr. 1:42; 8:22-26; 10:52; Lc. 17:11-21; Jn. 5:1-9; Hch. 3:8; 14:8-18). Una comparación con las supuestas sanidades realizadas por “curanderos” modernos revela que la falsificación contemporánea no puede estar a la altura de la realidad bíblica. Mientras duró su ministerio, Jesús y los apóstoles desterraron la enfermedad y las dolencias de las localidades en las que predicaban, un logro que ningún “curandero” moderno podría reivindicar jamás.
Las sanidades milagrosas sirvieron para autenticar al mensajero de Dios (cf. Jn. 10:38; Hch. 2:22; Ro. 15:18-19; 2 Co. 12:12; He. 2:3-4), y no solo para restaurar la sanidad física de los enfermos. Esto explica por qué Pablo no se
sanó a sí mismo (cf. Gá. 4:13) ni a algunos de sus amigos más cercanos (Fil. 2:27; 1 Ti. 5:23; 2 Ti. 4:20). Cuando Pablo sanó al cojo de Listra (Hch. 14:9- 10) o cuando Pedro resucitó a Tabita (Hch. 9:41) fue para que las personas escucharan y creyeran el evangelio (cf. Hch. 9:42).
Como uno de los dones apostólicos extraordinarios, las sanidades milagrosas cesaron cuando la era apostólica llegó a su fin. Aunque los creyentes ya no poseen estas aptitudes sobrenaturales, sí tienen derecho de pedirle a Dios que los sane, y saber que Él escucha y contesta las oraciones de su pueblo (Stg. 5:13-16; cf. Lc. 18:1-6; 1 Jn. 5:14-15). En respuesta a sus oraciones, el Señor puede escoger sanar una enfermedad de manera providencial, aunque no está obligado a hacerlo.
Los creyentes pueden y deben regocijarse cuando Dios sana a alguien como resultado de una oración contestada. Sin embargo, es importante observar que tales respuestas a la oración no son lo mismo que los dones de sanidad ejemplificados en los ministerios neotestamentarios de Cristo y de los apóstoles. Que hoy nadie posee un don así es evidente ya que nadie puede sanar como lo hicieron Jesús y los apóstoles: restaurar por completo la salud de los enfermos y los heridos, de inmediato y de forma permanente, tan solo con una palabra o un toque.
Tomado de “Teología sistemática” de John MacArthur p. 826 – 827
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