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Por: Charles Spurgeon

«Nosotros también gemimos dentro de nosotros mismos, esperando la adopción, la redención de nuestro cuerpo». Romanos 8:23

Este gemido es común a todos los santos: en mayor o menor grado, todos lo sentimos. No se trata del gemido de la murmuración o del lamento; más que la nota de la aflicción es la nota del deseo. Habiendo recibido una prenda, ahora deseamos toda nuestra dote.

Reservamos nuestros gemidos solo para nuestro Señor. A continuación, el Apóstol dice que estamos «esperando»; con lo cual nos enseña a no refunfuñar, como Jonás y Elías, cuando le dijeron a Dios: «Quítame la vida». También nos muestra que no debernos pedir, con llanto y con gemido, el fin de nuestra vida por el hecho de estar cansados de trabajar; ni querer huir de los sufrimientos actuales hasta que se haga la voluntad de Dios. Hemos de gemir por la glorificación; pero debemos esperarla con paciencia, sabiendo que lo que Dios ha determinado es sin duda lo mejor.

Esperar implica estar preparado: nos encontramos a la puerta aguardando que el Amado la abra y nos lleve a estar con él. Ese gemido supone una prueba: puedes juzgar a un hombre por aquello tras lo cual suspira. Algunos suspiran por las riquezas —estos adoran a Mamón—; otros suspiran continuamente bajo las aflicciones de la vida: estas son personas impacientes. Sin embargo, el hombre que suspira por Dios, que está inquieto hasta que se le haga semejante a Cristo, ese es el hombre feliz. ¡Dios nos ayude a gemir por la venida del Señor y por la resurrección que él nos traerá!

Tomado de “Lecturas vespertinas” pág. 349

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