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Por: J. C. Ryle

¿Qué clase de evidencias piensa dejar usted acerca del estado de su alma? Siga el ejemplo del ladrón arrepentido y le irá bien.

Cuando lo pongan en su ataúd ¿será que tendrán que buscar palabras sin sentido y sobras de espiritualidad a fin de alegar que fue un verdadero creyente? No tengan que comentar vacilantes: “Espero que esté feliz. Un día habló tan lindo y, en otra ocasión, parecía tan complacido con aquel capítulo de la Biblia y decía que le gustaba tal o cual persona que es buena gente”.

Ojalá podamos hablar con seguridad acerca de la condición de usted. Ojalá tengamos alguna prueba segura de su arrepentimiento, su fe y su santidad, de modo que nadie, en ningún momento, pueda cuestionar su condición. Tenga por seguro que, sin esto, los que deja atrás no podrán tener un consuelo fehaciente acerca de su alma. Podemos valernos de una forma de religión en su funeral y expresar esperanzas benévolas.

Podemos encontrarnos con usted a la entrada del cementerio y decir: “Bienaventurados de aquí en adelante los muertos que mueren en el Señor” (Ap. 14:13). ¡Pero esto no alterará su condición! Si muere sin convertirse a Dios, sin arrepentimiento y sin fe, su funeral no será más que las exequias de un alma perdida y mejor sería que nunca hubiera nacido.


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