Por: John Newton
Dios es nuestro amparo y fortaleza, nuestro pronto auxilio en las tribulaciones. Por tanto, no temeremos, aunque la tierra sea removida, y se traspasen los montes al corazón del mar. Salmos 46:1-2
No nos desanimemos grandemente por las muchas tribulaciones, dificultades y desilusiones que se encuentran en el camino que lleva a la gloria. Nuestro Señor nos ha dicho claramente que en este mundo tendríamos muchas pruebas y aflicciones (cf. Juan 16:33).
Sin embargo, Él también ha hecho una provisión adecuada para cada caso con el que podemos encontrarnos. ¡Y Él mismo siempre está cerca de aquellos que lo invocan, como un refugio seguro, una fortaleza todopoderosa, una ayuda constante y siempre presente en todo momento de la angustia! Jesús mismo fue un hombre de dolores y familiarizado con nuestras aflicciones.
¡Bebió toda la copa de ira sin mezcla por nosotros! ¿Nos negaremos entonces a saborear un sorbo de la copa de aflicción que ha designado; especialmente cuando Su sabiduría y Su amor lo han preparado para nosotros, y ha proporcionado cada circunstancia para nuestra fortaleza; cuando Él lo ha puesto en nuestras manos, no con ira, sino con tierna misericordia, para hacernos bien y acercarnos a Él; y cuando Él endulza cada sorbo amargo con esos consuelos que nadie más que Él puede dar?
Todos los antiguos creyentes estuvieron una vez como estamos ahora; tuvieron sus aflicciones y sus temores, sus enemigos y tentaciones […]. ¡Ahora están todos ante el trono eterno de Dios y el Cordero! Mientras suspiramos, ¡están cantando! Mientras luchamos, ¡están triunfando! El tiempo es corto, ¡y el mundo está pasando! ¡Todas sus dificultades y todas sus vanidades pronto llegarán a su fin! En un momento, «le veremos tal como es». Se quitarán todos los velos, todo aparente ceño fruncido de Su rostro será removido, y toda lágrima de nuestros ojos será enjugada.
¡También seremos como Él! Incluso ahora, cuando contemplamos Su gloria brillando en el espejo del Evangelio, ¡nos sentimos, en cierta medida, transformados a Su imagen! ¡Qué cambio tan repentino, maravilloso y permanente experimentaremos cuando Él brille directa, inmediata y eternamente sobre nuestras almas, sin una nube interpuesta! «Y oí una gran voz del cielo que decía: He aquí el tabernáculo de Dios con los hombres, y él morará con ellos; y ellos serán su pueblo, y Dios mismo estará con ellos como su Dios» (Apocalipsis 21:3).
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