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Por: John MacArthur.

Porque es imposible que los que una vez fueron iluminados y gustaron del don celestial, y fueron hechos partícipes del Espíritu Santo, y asimismo gustaron de la buena palabra de Dios y los poderes del siglo venidero, (6:4-5)

Los hebreos a los que el autor se dirige aquí tienen cinco grandes ventajas, resumidas en estos dos versículos.

FUERON ILUMINADOS

Primero, debemos notar que este pasaje no hace referencia alguna a la salvación.No hay mención de la justificación, santificación, nuevo nacimiento o regeneración. Quienes una vez fueron iluminados no se mencionan nacidos de nuevo, santificados o justificados. Aquí no se usa nada de la terminología neotestamentaria normal para la salvación. De hecho, ninguno de los términos usados aquí se usa en otra parte del Nuevo Testamento para referirse a la salvación, y no debe considerarse que los términos de este pasaje aluden a ella.

La iluminación aquí mencionada tiene que ver con la percepción intelectual de la verdad bíblica y espiritual. En la lxx, la palabra griega (phōtizō) se traduce varias veces como “dar luz por el conocimiento o la enseñanza”. Significa estar mentalmente consciente de algo, haber recibido instrucción, estar informado.

No tiene ninguna connotación de respuesta: de aceptación o rechazo, de creer o no creer.

Cuando Jesús fue por primera vez a Galilea en su ministerio, declaró que había venido a cumplir la profecía de Isaías 9:1-2, que parcialmente dice: “El pueblo asentado en tinieblas vio gran luz” (Mt. 4:16). Todos los que vieron y oyeron a Jesús vieron esta “gran luz”, pero no todos los que la vieron y la oyeron obtuvieron la salvación. Ver la luz de Dios y aceptarla no son la misma cosa.

Aquellas personas en Galilea, como cualquier otro que oiga el evangelio, fueron iluminados en una u otra medida; pero, a juzgar por los relatos bíblicos, pocos creyeron en Jesús. Tenían conocimiento natural, información factual. Vieron a Cristo, oyeron el mensaje de sus propios labios, vieron sus milagros con sus propios ojos. Tuvieron la oportunidad de ver directamente la verdad de Dios encarnada, una oportunidad que solo tuvieron unos pocos miles en la historia.

La Luz del evangelio había irrumpido personalmente en la oscuridad de sus vidas (cp. Jn. 12:35-36). La vida para ellos nunca podría volver a ser la misma.

Sus vidas se vieron afectadas permanentemente por la impresión indeleble que Jesús debió haber causado en ellos. Sin embargo, muchos, si no la mayoría, no creyeron en Él (cp. Jn. 12:37-40).

Lo mismo ocurrió con los judíos a quienes estaba dirigido Hebreos 6:1-8. Fueron iluminados, pero no salvos. En consecuencia, estaban en peligro de perder toda oportunidad de obtener la salvación para volverse apóstatas. De estas personas habla Pedro en su segunda carta. “Ciertamente, si habiéndose ellos escapado de las contaminaciones del mundo, por el conocimiento del Señor y Salvador Jesucristo, enredándose otra vez en ellas son vencidos, su postrer estado viene a ser peor que el primero. Porque mejor les hubiera sido no haber conocido el camino de la justicia, que después de haberlo conocido, volverse atrás del santo mandamiento que les fue dado” (2 P. 2:20-21). Por la incredulidad, la luz que recibieron para salvarlos se volvió juicio contra ellos.

GUSTARON DEL DON CELESTIAL

Este grupo, además de haber visto la luz, había gustado del don celestial. El don celestial podría ser varias cosas. Las Escrituras dicen que el Espíritu Santo es un don celestial, pero como a Él se le menciona en el siguiente versículo, no considero que ese sea el significado aquí. Por supuesto, el don celestial más grande es Cristo (el “don inefable” de Dios, 2 Co. 9:15) y la salvación que brindó (Ef. 2:8). La salvación de Cristo es el don supremo celestial, y sin duda el don al cual se hace aquí referencia.

Sin embargo, ellos no recibieron este gran don. No lo celebraron, solamente lo degustaron, lo probaron. Ni lo aceptaron ni lo vivieron, solamente lo examinaron.

Tal cosa contrasta con la obra de Jesús por nosotros: habiendo gustado la muerte por todos los hombres (He. 2:9), la bebió completa.

Jesús dijo a la mujer en el pozo de Jacob: “Si conocieras el don de Dios, y quién es el que te dice: Dame de beber; tú le pedirías, y él te daría agua viva” (Jn. 4:10). Jesús estaba hablando del don de la salvación, del “agua viva” que lleva a la “vida eterna” (v. 14). Quienes beban de ella —no que la sorban o la degusten, sino que la beban— recibirán la salvación. En Galilea, poco tiempo después, Jesús les dijo a quienes le oían: “Soy el pan vivo que descendió del cielo; si alguno comiere de este pan, vivirá para siempre” (Jn. 6:51; cp. v. 35). La vida eterna viene de comer, no solamente de gustar, el don de la salvación de Dios en Cristo. Uno de los ministerios del Espíritu previos a la salvación es dar a quienes no han recibido la salvación una degustación de las bendiciones de esta. Es parte de su ministerio de acercar a las personas a Cristo. Pero degustar no es comer. El Espíritu Santo nos dará una degustación, pero no nos obligará a comer. Dios puso la bendición de la salvación en los labios de estos judíos del Nuevo Testamento, pero aún no la habían comido. La degustación vino de lo que habían visto y oído, como muchos han visto el poder trasformador de Cristo y oído el evangelio.

FUERON PARTÍCIPES DEL ESPÍRITU SANTO

La palabra partícipes (metochos en griego) tiene que ver con asociación, no con posesión. Estos judíos no habían poseído nunca el Espíritu Santo, simplemente estaban cerca cuando Él estaba cerca. Es la misma palabra que se usa para los compañeros de los pescadores en Lucas 5:7 y para Cristo en relación con los ángeles en Hebreos 1:9. Tiene que ver con participar en asociaciones y acontecimientos comunes. En el contexto de Hebreos 6:4, se refiere a cualquiera que haya estado donde el Espíritu Santo haya estado ministrando. Es posible tener asociación con el Espíritu Santo, beneficiarse de lo que hace y no haber recibido la salvación. Como vimos (2:4), estos judíos habían oído la Palabra, habían visto y participado de numerosas señales, maravillas, milagros y dones del Espíritu Santo. Incluso participaron en algunas de esas obras.

La Biblia nunca habla de los cristianos en asociación con el Espíritu Santo. Habla del Espíritu Santo en ellos. Sin embargo, aquí hay algunas personas que tan solo están asociadas con el Espíritu Santo. Quizás, como la mayoría en las multitudes a las cuales Jesús sanó y alimentó milagrosamente, fueron partícipes del poder del Espíritu Santo y de sus bendiciones, pero Él no habitaba en ellos. No poseían al Espíritu Santo ni el Espíritu Santo los poseía a ellos.

GUSTARON LA PALABRA DE DIOS

Una vez más, el autor dice que estos lectores gustaron algo de Dios, esta vez es su palabra. El término griego para palabra aquí (rhēma, que enfatiza las partes en lugar del todo) no es (logos) que es el usual para referirse a la Palabra de Dios, pero se ajusta a su significado en este contexto. Como ocurrió con los dones celestiales, habían oído hablar a Dios y habían probado sus palabras, las habían degustado, sin comerlas de verdad. Se les había enseñado sobre Dios. Sin duda, asistían regularmente a la iglesia. Quizás oyeran con atención y pensaran en detalle lo que oían. Lo absorbían todo, posiblemente con entusiasmo y aprecio.

Pero no podían decir con Jeremías: “Fueron halladas tus palabras, y yo las comí; y tu palabra me fue por gozo y por alegría de mi corazón” (Jer. 15:16). La degustaron, pero no la probaron, como la nación a la cual habló Jeremías.

Herodes era así. A pesar del mensaje fuerte del profeta, inclusive acusaciones directas al rey, Herodes disfrutaba la predicación de Juan el Bautista (Mr. 6:20).

Estaba perplejo y fascinado por este dinámico predicador. Le gustaba probar el mensaje de Dios. Pero cuando estuvo presionado a decidir, se olvidó del hombre de Dios y del mensaje de Dios. De mala gana, pero por su propia voluntad, accedió a decapitar a Juan. Haber degustado la Palabra de Dios, solamente le hizo más culpable.

Degustar es el primer paso para comer. No está mal degustar la Palabra de Dios. De hecho. David promueve hacerlo: “Prueben y vean que el Señor es bueno” (Sal. 34:8, nvi). Todo el mundo debe probar el evangelio en algún grado antes de aceptarlo. El problema es quedarse solo con probarlo. Como muchos de los que oyen el evangelio por primera vez, estos judíos se sintieron atraídos por su belleza y dulzura. Les supo muy bien. Pero no lo mascaron ni lo tragaron, mucho menos lo digirieron. Se quedaron en la degustación. Antes de que pasara mucho tiempo, su buen sabor ya había pasado y ellos se volvieron indiferentes.

Sus papilas gustativas se volvieron insensibles y dejaron de responder. Cualquiera que haya oído el evangelio y quizás hasta haya hecho una confesión de Cristo, pero que no esté seguro de su salvación, debe prestar atención al consejo de Pablo: “Examínense para ver si están en la fe; pruébense a sí mismos” (2 Co. 13:5). Una persona así necesita saber si solo probó el evangelio, pero no lo comió.

GUSTARON LOS PODERES DEL SIGLO VENIDERO

El siglo venidero es el reino futuro de Dios. Los poderes del reino son los poderes milagrosos. Estos judíos habían visto la misma clase de milagros que ocurrirán cuando Jesús traiga su reino terrenal. Los gustaron. Vieron a los apóstoles hacer señales y prodigios como los que se producirán en el reino milenial de Jesucristo. Vieron milagro tras milagro. Y cuanto más veían y probaban sin recibir, más culpables se hacían. Eran como quienes vieron a Jesús obrar milagros.¡Cuán difícil es explicar el odio y la incredulidad de quienes vieron a Lázaro resucitado, quienes vieron a los ciegos recuperar la visión y quienes vieron hablar a los mudos, y aun así rechazaban a quien realizó estas maravillas delante de sus ojos! ¡Cuán culpables serán ante Dios en el juicio del gran trono blanco! Tales judíos habían tenido la bendición maravillosa de la iluminación divina; de la asociación con el Espíritu Santo; de haber gustado los dones celestiales, su Palabra y su poder. Y sin embargo no creían.

LA CUARTA ADVERTENCIA

Porque es imposible que los que una vez fueron iluminados y gustaron del don celestial, y fueron hechos partícipes del Espíritu Santo, y asimismo gustaron de la buena palabra de Dios y los poderes del siglo venidero, y recayeron, sean otra vez renovados para arrepentimiento, crucificando de nuevo para sí mismos al Hijo de Dios y exponiéndole a vituperio. (6:4-6)

El Espíritu Santo, todavía hablando a quienes han oído la verdad y la han reconocido, pero han dudado en aceptar a Cristo, les da una cuarta advertencia, el punto crucial de 6:1-8. La advertencia, resumida, es esta: “Mejor acérquense a Cristo ahora, porque si se alejan será imposible que vuelvan al punto de arrepentimiento”.

Estaban en el mejor punto para arrepentirse: plenos de conocimiento. Retroceder de esa posición sería fatal.

Muchos intérpretes afirman que el pasaje enseña que la salvación puede perderse porque creen que la advertencia está dirigida a los cristianos. Sin embargo, si esta interpretación fuera cierta, el pasaje también enseñaría que, una vez perdida, la salvación no se puede obtener de nuevo. Si, después de salvo, alguien pierde la salvación, quedaría condenado para siempre. No habría un paso adelante y un paso atrás, dentro y fuera de la gracia. Pero el pasaje no habla a los cristianos, y lo que se puede perder es la oportunidad de recibir la salvación, no la salvación como tal.

El creyente no necesita asustarse con perder la salvación. No puede perderla. La Biblia es absolutamente clara en esto. Jesús dijo: “Mis ovejas oyen mi voz, y yo las conozco, y me siguen, y yo les doy vida eterna; y no perecerán jamás, ni nadie las arrebatará de mi mano. Mi Padre que me las dio, es mayor que todos, y nadie las puede arrebatar de la mano de mi Padre” (Jn. 10:27-29). Pablo es igualmente claro: “¿Quién nos separará del amor de Cristo? ¿Tribulación, o angustia, o persecución, o hambre, o desnudez, o peligro, o espada?… Por lo cual estoy seguro de que ni la muerte, ni la vida, ni ángeles, ni principados, ni potestades, ni lo presente, ni lo por venir, ni lo alto, ni lo profundo, ni ninguna otra cosa creada nos podrá separar del amor de Dios, que es en Cristo Jesús Señor nuestro” (Ro. 8:35, 38-39). “El que comenzó en vosotros la buena obra, la perfeccionará hasta el día de Jesucristo” (Fil. 1:6). Vamos a obtener “una herencia incorruptible, incontaminada e inmarcesible, reservada en los cielos para [nosotros], que [somos] guardados por el poder de Dios mediante la fe, para alcanzar la salvación que está preparada para ser manifestada en el tiempo postrero” (1 P. 1:4-5). Si el poder de Dios no puede retenernos, no hay nada confiable, en lo cual podamos creer o de lo cual podamos depender. El cristiano no tiene ninguna razón en ningún momento de su vida para creer que puede perder su salvación. Si por la muerte de Cristo podemos obtener la salvación, ciertamente por su vida de poder e intercesión podemos mantener esa salvación (Ro. 5:10).

Los incrédulos sí están en riesgo de perder la salvación, en el sentido de perder la oportunidad de siquiera recibirla. Los judíos incrédulos estaban en grave peligro de retornar al judaísmo y no estar nunca en capacidad de arrepentirse y llegar a Cristo, por su inmadurez y torpeza espiritual. Se perderían para siempre porque habían rechazado, en el momento más vital de conocimiento y convicción, el único evangelio que podía salvarlos. No hay otro mensaje de salvación que pudieran oír, no hay otra evidencia de la verdad del evangelio que no hubieran visto.

Estos judíos, en particular, habían oído la predicación de los apóstoles y los habían visto realizar señales, prodigios y milagros (He. 2:4). Habían tenido el privilegio de contemplar prácticamente todas las manifestaciones de la Palabra y el poder salvadores que Dios podría dar. Lo habían oído todo, lo habían visto todo. Incluso lo habían aceptado todo intelectualmente. Quien esté así de informado, quien haya atestiguado tantas cosas, quien haya tenido tan grande bendición de conocer el evangelio de Dios en cada oportunidad y quien le dé la espalda —por el judaísmo u otra cosa—, está eternamente perdido. No solo rechazan el evangelio, también están crucificando de nuevo para sí mismos al Hijo de Dios y exponiéndole a vituperio. O pasaban al conocimiento pleno de Dios por medio de la fe en Cristo o le daban la espalda, haciéndose apóstatas y perdiéndose para siempre. No había otra alternativa.

Algunos han traducido adunatos (imposible) en 6:6 como “difícil”. Pero es claro, aun de otros pasajes en Hebreos, que esa traducción no tiene justificación. Es la misma palabra que aparece en 6:18 (“es imposible que Dios mienta”), en 10:4 (“es imposible que la sangre de los toros y de los machos cabríos quite los pecados”, nvi) y en 11:6 (“sin fe es imposible agradar a Dios”). Todos estos pasajes carecerían de sentido si imposible se cambiara por difícil. No se puede escapar del fin severo de este peligro ni minimizarlo.

Una vacuna inmuniza porque ofrece una cantidad muy moderada de una enfermedad. Una persona que se expone al evangelio puede obtener lo suficiente para inmunizarla de todo el grueso del asunto. Cuanto más se le resista, con violencia o con decencia, más inmune a él se vuelve la persona. El sistema espiritual se hace cada vez más insensible y responde menos. La única esperanza es rechazar aquello a lo cual se está aferrando y recibir a Cristo sin demora; de otra forma, la persona se endurecerá, a menudo sin saberlo, de tal forma que pierda para siempre su oportunidad.

La palabra renovados quiere decir restaurar, dejar en la condición inicial.  La condición original de estos judíos fue de emoción por el evangelio cuando lo oyeron por primera vez. Era hermoso. Se habían alejado del judaísmo y estaban al borde del cristianismo, aun del arrepentimiento evidentemente. Habían dejado sus malos caminos. Habían intentado dejar su pecado. Habían comenzado a mirar hacia Dios. Habían escalado todo el camino hasta el límite de la salvación. Dios les había dado toda la revelación que tenía. No había nada más que Él pudiera decir o hacer. Si se alejaban, lo harían con un corazón malvado de incredulidad y en contra de la revelación total. Tenían la ventaja de haberse criado bajo el antiguo pacto y habían visto toda la belleza y perfección del nuevo. Si desertaban, si ahora se alejaban del Dios viviente, no había esperanza de que alguna vez pudieran ser restaurados al punto inicial en el que el evangelio estuvo fresco, el sabor del evangelio era dulce y el arrepentimiento era la respuesta apropiada. Tal vez nunca volvieran a ese punto. Cuando alguien rechaza a Cristo en la experiencia cumbre del conocimiento y la convicción, tampoco lo aceptará en un nivel menor. De modo que la salvación se vuelve imposible.

No podían regresar porque estaban crucificando de nuevo para sí mismos al Hijo de Dios y exponiéndole a vituperio. Aquí para sí mismos simplemente significa que en lo que a ellos les concernía el Hijo de Dios merecía que se le crucificara. Sin importar qué pudieran decir de labios para afuera, ahora se ponían del lado de quienes lo crucificaban. Dijeron en sus corazones: “Ese es el mismo veredicto nuestro”. Habían juzgado a Jesucristo y, con toda la evidencia posible, habían decidido que no era el Mesías verdadero. Se dieron la vuelta y regresaron al judaísmo. Para ellos, Jesús era un impostor y engañador que recibió exactamente lo que merecía. Estaban de acuerdo con quienes mataron a Jesús y lo volvieron a exponer a vituperio. Aquí vituperio connota culpa. Habían declarado abiertamente que Jesús era culpable, tal como se le acusó.

Cuando alguien ha oído el evangelio y se aleja, hace exactamente lo que estos judíos hicieron. Aunque nunca tome el martillo y los clavos para clavárselos físicamente a Jesús, está de acuerdo con su crucifixión. Está de parte de los que le crucificaron. Si esto pasa en plena luz, la persona se ha convertido en apóstata y la salvación siempre estará fuera de su alcance. Ha rechazado a Jesucristo a plena luz y poder de su evangelio. Está incurablemente en contra de Dios y le espera el infierno más ardiente. Toma su lugar con Judas, quien caminó, habló y comió con el Dios encarnado pero finalmente lo rechazó.

“¿Cuánto mayor castigo pensáis que merecerá el que pisoteare al Hijo de Dios, y tuviere por inmunda la sangre del pacto en la cual fue santificado, e hiciere afrenta al Espíritu de gracia?” (He. 10:29).

Es engañarse a sí mismo de forma muy peligrosa creer que se está seguro por estar en la orilla, por diferir la decisión, por considerarse tolerante del evangelio solo por no oponérsele externamente. Cuanto más tiempo permanezca alguien en la orilla, más se inclinará a su vida anterior. Quedarse ahí parado por mucho tiempo resulta inevitablemente en desertar del evangelio para siempre. Puede que no sea una decisión consciente contra Cristo. Pero es una decisión y es contra Cristo. Cuando a plena luz alguien se aleja de Él, vuelve a crucificarlo, en su propio corazón, y se ubica por siempre fuera del alcance del Señor. ¡Cuán terrible es rechazar a Jesucristo!

Porque la tierra que bebe la lluvia que muchas veces cae sobre ella, y produce hierba provechosa a aquellos por los cuales es labrada, recibe bendición de Dios; pero la que produce espinos y abrojos es reprobada, está próxima a ser maldecida, y su fin es el ser quemada. (6:7-8)

¿Ve usted la ilustración? Todos los que oyen el evangelio son como la tierra. La lluvia cae, la persona oyó el evangelio. La semilla del evangelio queda allí plantada, recibe alimento y crece. Algo de lo que crece es hermoso, bueno y productivo. Es la parte que está plantada, arraigada y alimentada por Dios. Pero otra parte del crecimiento es falso, espurio y no es provechoso. Proviene de la misma raíz, se ha alimentado del mismo suelo y de la misma agua, pero se torna espinoso, destructivo y queda reprobada. Ha rechazado la vida que se le ofreció y solo sirve para ser quemada.

Fuente: Comentario MacArthur del Nuevo Testamento: Hebreos y Santiago © 2014 por Editorial Portavoz

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