Por: J. C. Ryle.
Y he aquí una mujer cananea que había salido de aquella región clamaba, diciéndole: ¡Señor, Hijo de David, ten misericordia de mí! Mi hija es gravemente atormentada por un demonio. Mateo 15:22
La aflicción resulta ser, en ocasiones, una bendición para el alma de una persona. Aquella madre cananea había atravesado, sin duda, una prueba muy dura. Había visto a su amada hija atormentada por un demonio, y no había podido proporcionarle ningún alivio.
Pero aquel problema la condujo hasta Cristo y le enseñó a orar. Sin el problema, quizá habría vivido y muerto en una despreocupada ignorancia y no habría visto nunca a Jesús: ciertamente fue bueno para ella haber sido afligida (cf. Sal. 119:71).
Fijémonos bien en esto. No hay nada que muestre nuestra ignorancia tanto como nuestra impaciencia cuando tenemos problemas. Olvidamos que cada cruz es un mensaje de Dios, y que su propósito final es nuestro bien.
El propósito de las pruebas es hacernos pensar, alejarnos del mundo, encaminarnos a la Biblia, hacernos caer de rodillas. La salud es una cosa buena, pero la enfermedad es aún mejor si nos lleva hasta Dios. La prosperidad es una gran misericordia, pero la adversidad es otra mayor si nos acerca a Cristo.
Cualquier cosa, cualquier cosa es mejor que vivir en la despreocupación y morir en el pecado. Es mil veces mejor ser afligido, como la madre cananea, y, como ella, acudir a Cristo, que vivir acomodadamente, como el rico «necio», y al final morir sin Cristo y sin esperanza (cf. Lc. 12:20).
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