Por: J. C. Ryle
Estas cosas os he hablado para que en mí tengáis paz. En el mundo tendréis aflicción; pero confiad, yo he vencido al mundo. Juan 16:33
Seguir a Cristo no previene nuestras aflicciones y angustias terrenales. Aquí están los discípulos escogidos por el Señor Jesús sintiéndose muy angustiados.
El Pastor dejó que se angustiara la manada pequeña que creyó en él cuando los sacerdotes, escribas y fariseos no lo hicieron. El miedo a la muerte irrumpe sobre ellos como un hombre armado.
Parece muy posible que las aguas profundas aneguen sus almas. Pedro, Santiago y Juan, columnas de la Iglesia a punto de ser levantadas en el mundo, están muy afligidos. Quizá ellos no contaban con encontrarse en esta situación.
Tal vez habían pensado que servir a Cristo los iba a proteger de las pruebas terrenales. Probablemente habían supuesto que Aquel que podía resucitar a los muertos, sanar a los enfermos, dar de comer a una multitud con unos pocos panecillos y ahuyentar a los demonios con una palabra, no dejaría que sus siervos sufrieran en la tierra.
Puede ser que supusieron que siempre les concedería un peregrinaje tranquilo, buen clima, una trayectoria fácil y libertad de las pruebas y preocupaciones. Si eso pensaban los discípulos, se equivocaban por mucho.
El Señor Jesús les enseñó que alguien puede ser uno de sus siervos escogidos y, no obstante, pasar por muchas ansiedades y soportar muchos dolores. Es provechoso comprender esto con claridad. Es provechoso comprender que servir a Cristo nunca eximió a nadie de los males que la carne hereda, ni tampoco eximirá de ellos a nadie.
Si usted es creyente tiene que saber que mientras esté en el cuerpo tendrá su porción de enfermedades y dolores, de sufrimientos y lágrimas, de pérdidas y cruces, de muertes y pesares, de despedidas y separaciones y de disgustos y desencantos.
Cristo nunca se comprometió a que usted llegue al cielo sin esto. Se encarga de que todo aquel que venga a él tendrá todas las cosas relacionadas con la vida y la santidad, pero nunca se responsabilizó de darle prosperidad, ni riqueza, ni buena salud ni de eximir a su familia de la muerte y la aflicción […]. Si usted profesa ser hijo de Dios, deje que el Señor Jesús lo santifique a su manera.
Quédese tranquilo sabiendo que él nunca comete errores. Tenga por seguro que él hace bien todas las cosas. Puede que los ventarrones bramen a su alrededor y las aguas parezcan anegarle. Pero no tema, él lo guiará a usted como lo hizo con su pueblo: “Los dirigió por camino derecho, para que viniesen a ciudad habitable” (Sal. 107:7).
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