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Por: Charles Spurgeon

La narración de la aflicción de nuestro Señor, si se estudia cuidadosamente, es en extremo desgarradora. Uno no puede meditar en ella por largo rato sin derramar lágrimas; de hecho, yo he me he visto forzado a abandonar mis meditaciones sobre este tema debido al exceso de emoción.

Contemplar los sufrimientos de un Ser tan codiciable en Sí mismo y tan amoroso para con nosotros, es suficiente para hacer que el corazón de uno se parta por completo. Sin embargo, este desgarramiento de los sentimientos es sumamente útil: su efecto posterior es en verdad admirable.

Después de dolernos por Jesús somos transportados por encima de nuestro dolor. No hay en absoluto ninguna consolación bajo el cielo como esta, pues las aflicciones de Cristo eliminan el aguijón de nuestras propias aflicciones, y las tornan inocuas y soportables. Una contemplación condolida de la aflicción de nuestro Señor empequeñece de tal manera nuestras congojas, que llegamos a considerarlas como ligeras aflicciones, demasiado nimias, demasiado insignificantes para ser mencionadas en el mismo día.

Cuando hemos acabado de contemplar los agudos quebrantos del Varón de Dolores, no nos atrevemos a registrarnos en absoluto en la lista de los afligidos. Las heridas de Jesús destilan un bálsamo que sana todas las dolencias mortales. Y esto no es todo, aunque sería mucho en un mundo de angustia como este; pero hay un estímulo incomparable en lo relativo a la pasión del Señor. Aunque hubieren sido casi estrujados por el cuadro de las agonías de su Señor, se han alzado de allí fuertes, resueltos, fervientes, consagrados.

Nada conmueve más las profundidades de nuestros corazones como la angustia de Su corazón. Nada es demasiado difícil para que lo intentemos o lo soportemos por Uno que se sacrificó a Sí mismo por nosotros. Ser vilipendiados por la amada causa de quien sufrió tanta vergüenza por nosotros, no se convierte en una gran aflicción; incluso el reproche
mismo, cuando es soportado por Él, se torna en mayores riquezas que todos los tesoros de Egipto. Sufrir por Él en el cuerpo y en la mente, incluso hasta la muerte, es un privilegio más bien que una exigencia: tal amor inflama nuestros corazones de tal forma, que ansiamos vehementemente encontrar una manera de expresar nuestro adeudo.

Nos aflige pensar que nuestra mejor voluntad sea una cosa muy pequeña; pero estamos solemnemente resueltos a no dar nada que no fuera lo mejor de nosotros a Quien nos amó y se entregó por nosotros



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Un comentario en «Meditemos en las aflicciones de nuestro Señor – Charles Spurgeon»

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