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Por: Charles Spurgeon

«¿Por qué estáis turbados, y vienen a vuestro corazón estos pensamientos?». Lucas 24:38

«¿Por qué dices, Jacob, y afirmas, Israel: Escondido está mi camino del Señor, y mi derecho pasa inadvertido a mi Dios?» (Is. 40:27, LBLA). El Señor tiene cuidado de todas las cosas, tanto que aun la criatura más insignificante participa de su providencia universal; pero su cuidado particular está sobre sus santos. «El ángel del Señor acampa alrededor de los que le temen» (Sal. 34:7, LBLA). «La sangre de ellos será preciosa ante sus ojos» (Sal. 72:14). «Estimada a los ojos del Señor es la muerte de sus santos» (Sal. 116:15, LBLA). «Sabemos que a los que aman a Dios, todas las cosas les ayudan a bien, esto es, a los que conforme a su propósito son llamados» (Ro. 8:28).

Que el hecho de que, si bien él es el Salvador de todos los hombres, lo es especialmente de aquellos que creen, te aliente y te conforte. Tú eres objeto de su cuidado particular; eres su tesoro real, que él cuida como las niñas de sus ojos; eres su viña, que el guarda de día y de noche: «Aun vuestros cabellos están todos contados» (Mt. 10:30).

Que el pensamiento de su amor especial por ti sea un calmante espiritual que ponga dulcemente fin a tu dolor. «No te desampararé ni te dejaré» (He. 13:5). Dios dice esto tanto respecto de ti como de los santos de la antigüedad. «No temas […] yo soy tu escudo, y tu galardón será sobremanera grande» (Gn. 15:1). Nosotros perdemos mucho consuelo porque, al leer las promesas de Dios, las relacionamos con la Iglesia como un todo, en lugar de vincularlas con nosotros en particular. Creyente, aprópiate de la divina Palabra con una fe personal.

Piensa que estás oyendo decir a Jesús: «Yo he rogado por ti, que tu fe no falte». Imagínatelo caminando sobre las aguas de tu aflicción, porque él está allí, y te dice: «Confía, yo soy; no temas». ¡Oh cuán dulces son estas palabras de Cristo! Que el Espíritu Santo haga que las sientas como dirigidas a ti.

Olvida por un momento cualquier otra palabra. Acepta aquella que Cristo te dirige y expresa: «Jesús me infunde consuelo; no puedo rehusarlo. Me sentaré a su sombra con mucho placer».

Tomado de “Lecturas vespertinas” pág. 305

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