Por: Charles Spurgeon
El Señor se deleita en usar a un hombre que esté en perfecta solidaridad con Él. No quisiera decir nada inapropiado, pero creo que el Señor se complace en la afinidad de sus hijos. Si habéis estado pesarosos hasta el punto de llorar, y vuestro hijito ha dicho: «Padre, no llores», o ha preguntado: «¿Por qué lloras, padre?» y él ha empezado a sollozar también, ¿no os ha consolado esto? Pobre niño, no entiende lo que pasa; pero tú dices: «Bendito seas, hijito»; y le besas, y te sientes consolado por él.
Así es como el Señor recibe al pobre ministro lloroso en su seno, y le oye clamar: «Señor, no quieren venir a ti; no quieren creerte. Corren tras el mal, en vez de ir a ti. Señor, si les diera juegos, o espectáculos, vendrían en grandes multitudes; pero si les predico a tu amado Hijo, no me oirán».
El gran Dios entra a participar de tus penas, y halla un suave contentamiento en el amor de tu corazón. Dios no es hombre; pero debido a que el hombre fue hecho a imagen suya, aprendemos algo de Él en nosotros mismos. Se deleita en abrazar al que se solidariza con Él, y en decirle: «Ve, hijo mío, y obra en mi nombre; pues puedo confiar mi Evangelio en tus manos». Está con Dios, y Dios estará contigo. Abraza su causa, y Él abrazará la tuya. No puede haber dudas en cuanto a esto.
Fragmentos tomados del libro “Un ministerio ideal” p. 201 el cual recopila varios sermones del pastor Spurgeon dictados en la Conferencia Anual de ministros