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Por: Charles Spurgeon

Es una bendición experimentar que Dios está detrás de uno, que Dios está en uno, que Dios obra en uno. El Sr. Oncken, en los primeros tiempos de su predicación en Hamburgo, fue llevado muchas veces ante el burgomaestre, y encarcelado este digno magistrado le dijo en una ocasión con acento amargo:

«Sr. Oneken, ve usted este dedo?»

«Sí señor».

«Pues mientras este dedo pueda sostenerse, yo le acallaré a usted».

 «¡Ah!», dijo el señor Oncken, «no creo que usted vea lo que yo; pues no solamente veo un dedo, sino un gran brazo, el brazo de Dios; y mientras ese brazo se mueva, usted nunca me acallará».

La oposición organizada contra el verdadero ministro de Cristo, no hace otra cosa, a fin de cuentas, que lo que hacía el dedo del burgomaestre; mientras que el poder que está con nosotros es el mismo brazo eterno y omnipotente cuyas fuerzas sostienen el cielo y la tierra. No debemos, pues, temer. La presencia de Dios nos da audacia. Imitemos al ulano de la última guerra. Imaginadle como hombre solitario, valiente y frío, montado en un caballo veloz. Va por una carretera interminable de Francia, sin otra variedad que un álamo de vez en cuando; cabalga sin cesar y sin temor, aunque hay enemigos por todas partes.

Pasa por una aldea y espanta a todos. Entra en una ciudad. ¿No es temerario? Ha llegado solo hasta el Ayuntamiento, y ha pedido camas y provisiones. ¿Por qué es tan audaz? Evidentemente todos le temen. Preguntad al hombre por qué es tan osado, y él os replica: «Viene un ejército tras mí, y por lo tanto no temo». Así, querido hermano, debes tú ser uno de los ulanos del Señor Dios Todopoderoso y no temer jamás, pues el Dios eterno será tu retaguardia. «Toda potestad me es dada en el cielo y en la tierra –dice tu Comandante– Por tanto, id y haced discípulos a todos las naciones, bautizándolos en el nombre del Padre, y del Hijo, y del Espíritu Santo». Tengo la misma impresión que si Él estuviera aquí esta misma mañana, contemplándoos como soldados suyos, y diciendo: «Venced en mi nombre». Id, pues, hermanos míos, cabalgad hasta aquellos pueblos y despertadlos. Id a aquellas ciudades, e invitadlas a que se rindan. Id a las grandes ciudades, y decid al pueblo que hay en ellas: «Cristo exige que le entreguéis vuestros corazones». Haced esto, y Él dará eficacia a vuestra palabra.

Fragmentos tomados del libro “Un ministerio ideal” p. 299 -300 el cual recopila varios sermones del pastor Spurgeon dictados en la Conferencia Anual de ministros


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