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Por: Paul Washer

El tercer cargo: No encarar el mal que aflige al hombre

Como está escrito: No hay justo, ni aun uno; no hay quien entienda.

No hay quien busque a Dios. Todos se desviaron, a una se hicieron inútiles; no hay quien haga lo bueno, no hay ni siquiera uno”

(Romanos 3:10-12).

El libro de Romanos es uno de mis libros favoritos de la Biblia. No es una teología sistemática;  pero  si  pudiéramos   decir  que  un  libro  en  la  Biblia  es  una  teología sistemática, sería este. ¿No es sorprendente  que Pablo dedica los primeros tres capítulos de  ese  libro  a  una  cosa:  convencer   que  todos  viven  bajo  condenación?   Pero  la condenación no es el gran summum bonum14 en su teología; no es su propósito final o definitivo. Es un medio con el cual traer salvación a sus lectores, porque el hombre tiene que conocerse a sí mismo antes de poder entregarse  a Dios. El hombre  está tan caído, que tiene que despojarse totalmente  de toda esperanza en la carne antes de poder acudir a Dios.

Es importante  en todo sentido, pero es de especial importancia  en la evangelización. Tenía yo 21 años y apenas había sido llamado a predicar cuando entré a una vieja tienda en Paducah,  Kentucky, donde vendían trajes  a pastores  a mitad  de precio. Lo estaban haciendo desde hacía unos 50 o 60 años. De pronto, se abrió la puerta, sonó el timbre y la puerta se cerró. Había entrado un anciano. No capté su nombre, pero se acercó y me miró de frente. Dijo: “Muchacho, tú has sido llamado a predicar, ¿no es cierto?”

Contesté: “Así es, señor”.

Resultó ser que el anciano era un evangelista. Dijo: “¿Ves ese edificio justo afuera de este?”

“Sí”, contesté.

“Yo solía predicar allí. Descendía el Espíritu de Dios y las almas se salvaban”. “Cuénteme”, le pedí.

“No se parecía  en  nada  a este  evangelismo  actual.  Predicábamos  por  dos o tres semanas  sin  hacer  ninguna   invitación  a  los  pecadores.  Arábamos  y  arábamos  los corazones hasta que empezaba a obrar Dios quebrantándolos”, dijo.

“Señor,  ¿cómo  sabía  cuando   venía  el  Espíritu   de  Dios  para  quebrantar   sus corazones?” pregunté,  a lo que  él respondió:  “Pues déjame  darte  un  ejemplo.  Hace muchos  años entré  en esta tienda para comprar  un traje. Alguien me había dado $30, diciendo: ‘Pastor, vaya mañana a comprarse un traje’. Y cuando entré, el joven empleado a cargo de la tienda me miró y cayó de rodillas exclamando: ‘¿Quién puede salvar a un hombre  malo  como  yo?’  Fue  entonces  que  supe  que  el  Espíritu  de  Dios se  había manifestado en ese lugar”.

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En la actualidad simplemente  entramos  y les hablamos a las personas, les hacemos tres preguntas  exploratorias y les preguntamos  si quieren  orar una oración y pedirle a Jesús  que  venga a su  corazón.  Los convertimos  en  hijos  dobles del infierno  quienes nunca  volverán a prestarse  para  escuchar  el  evangelio por  la mentira  religiosa  que nosotros, como evangélicos, hemos lanzado de nuestra boca.

Cuando tratamos  el pecado con superficialidad, en primer  lugar estamos luchando contra el Espíritu Santo. “Y cuando él venga, convencerá al mundo de pecado, de justicia y de  juicio”  (Juan  16:8).  Hay en  la  actualidad  predicadores  muy  populares  que  se preocupan  más por darle a uno “lo mejor de la vida ahora” que por la eternidad.  Y se jactan de que no mencionan  el pecado en su predicación. Les puedo decir esto: A menos que esté obrando  contra  sí mismo,  el Espíritu  Santo  no tiene  nada que ver con tales ministerios.  ¿Por qué? Aunque el predicador  diga que su ministerio  no es enfocar el pecado del hombre,  el del Espíritu  Santo  sí lo es. El ministerio  del Espíritu  Santo  es venir y convencer al mundo  de pecado. Y  entonces  sepan esto: Cuando no encaramos específicamente, con pasión y amor a los hombres y su condición depravada, el Espíritu Santo anda muy lejos de nosotros.

Somos engañadores  cuando  encaramos  livianamente  el mal del hombre,  como lo hacían  los  pastores  de  la época de Jeremías:  “Y  curan  la herida  de  mi  pueblo  con liviandad, diciendo: Paz, paz; y no hay paz” (Jer. 6:14).

No solo somos engañadores, somos también inmorales. Somos como el médico que niega el juramento  hipocrático  porque  no quiere  darle al paciente  una  mala noticia, pensando que se enojará con él, o se pondrá triste.  Entonces,  para evitarlo, no le da la noticia indispensable para salvar su vida.

En estos días, algunos predicadores me dicen: “¡No, no! Hermano, usted no entiende. No somos  como  la gente  en  la época de John  y Charles  Wesley. Nuestra  cultura  es distinta  de la época en  que predicaron  Whitefield y Edwards15. No somos tan  fuertes como lo eran ellos; estamos quebrantados.  No tenemos tanta autoestima;  somos débiles y no podemos soportar tal predicación”. Presten atención: ¿Han estudiado alguna vez la vida  de  estos  hombres?  ¡La  cultura   de  ellos  tampoco  podía  soportar  lo  que  ellos predicaban! Nadie nunca ha podido soportar la predicación del evangelio. Reaccionarán en contra  con la ferocidad de un animal o se convertirán.  Nuestro mundo está plagado con este repugnante  mal de la autoestima.  ¡Nuestro peor problema es que estimamos el yo más de lo que estimamos a Dios!

También somos ladrones cuando no hablamos ampliamente del pecado. ¡Somos ladrones!  Pregunto  yo: Esta mañana,  ¿a dónde se fueron  todas las estrellas? ¿Pasó por aquí algún gigante cósmico con un canasto, las recogió a todas y se las llevó a otra parte?

¿A dónde se fueron todas las estrellas esta mañana? Allí están, pero no podíamos verlas. Pero  cuando  el  cielo  se  fue  oscureciendo  más  y más,  y la  noche  se  puso  negra, aparecieron  las estrellas  en la plenitud  de su gloria. Cuando uno  se niega a enseñar acerca de la depravación radical del hombre es imposible glorificar a Dios, su Cristo y su cruz, porque la plenitud de la cruz de Jesucristo y su gloria se hace más evidente cuando tiene   como   telón   de  fondo  nuestra   depravación.   “Sus  muchos   pecados  le  son perdonados,  porque  amó mucho”  (Luc. 7:47). Sabía ella cuánto  había sido perdonada porque sabía lo malvada que era.

Ay,  tenemos  miedo de hablarles  a los hombres  de su impiedad, y por ello, nunca pueden  amar  a Dios. Les hemos  robado la oportunidad  de jactarse no del yo, sino de seguir la exhortación: “Mas el que se gloría, gloríese en el Señor” (2 Cor. 10:17)


14 summum bonum – (latín) el mejor bien o el más elevado.

15 Jonathan Edwards (1703-1758) – predicador  y teólogo evangélico congregacional;  reconocido junto con George Whitefield,  por su predicación  durante  el Gran Despertar.

© Copyright 2015 Chapel  Library.  Impreso  en los EE.UU.  Se otorga permiso  expreso  para reproducir este material por cualquier medio, siempre  que 1) no se cobre más que un monto nominal por el costo de la duplicación, 2) se incluya esta nota de copyright  y todo el texto que aparece en esta página.

A menos que se indique de otra manera,  las citas bíblicas  fueron tomadas  de la Santa Biblia, Reina-Valera  1960.

Lo que acabamos de leer es el tercer cargo contra la iglesia moderna (de un total de 10),  sermón predicado el 22 de octubre de 2008 en la Conferencia sobre Avivamiento en Atlanta, Georgia, EE.UU. por el pastor Paul Washer, ya puedes  leer:  10 cargos en contra de la iglesia moderna – Paul Washer (1ra acusación) y 10 cargos contra la iglesia moderna – Paul Washer (2da acusación)

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Un comentario en «10 cargos contra de la iglesia moderna – Paul Washer (3ra acusación)»
  1. Me gusta cuando se refleja la verdad del evangelio con veracidad bíblica,escueta,sin temor alguno, porque de esa manera confrontamos la realidad del pecado del hombre vs la verdad irrefutable de la palabra.

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