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Por: John MacArthur

Y conoceréis la verdad, y la verdad os hará libres. JUAN 8.32

Cada cristiano verdadero debería conocer y amar la verdad. Las Escrituras dicen que una de las características clave de «los que se pierden» (aquellas personas que están condenadas por su incredulidad) es que «no recibieron el amor de la verdad para ser salvos» (2 Tesalonicenses 2.10). Es claro que el amor genuino por la verdad se edifica en la fe salvadora. Es por lo tanto, una de las distintivas de cada creyente verdadero. Según las palabras de Jesús, ellos conocieron la verdad, y la verdad los ha hecho libres (Juan 8.32).

En una época en que la sola idea de verdad está siendo atacada con desdén (aun en la iglesia donde las personas deberían reverenciar la verdad), el consejo sabio de Salomón nunca fue tan oportuno: «Compra la verdad, y no la vendas» (Proverbios 23.23).

No hay nada en todo el mundo más importante o más valioso que la verdad. Y la iglesia tendría que ser «columna y baluarte de la verdad» (1 Timoteo 3.15).

No saber lo que usted cree es, por definición, una especie de incredulidad. Negarse a reconocer y defender la verdad revelada de Dios es una especie particularmente tenaz y perniciosa de la incredulidad. Abogar por la ambigüedad, exaltar la incertidumbre u otra cosa que deliberadamente nubla la verdad es una manera pecaminosa de nutrir la incredulidad.

¿Dónde tiene dudas en sus creencias?

Tomado de: Verdad en guerra, pp. xi–xii

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